La liebre y la tortuga
Había una vez una liebre muy pero muy vanidosa; corría veloz
como el viento, y estaba tan segura de ser el animal más rápido del bosque, que
no paraba de presumir ante todo aquel que se encontraba en su camino. Pero sin
duda quien más sufría la vanidad de la liebre era la pobre tortuga: cada vez
que se encontraban por el bosque, la liebre se burlaba cruelmente de su
lentitud.
-¡Cuidado tortuga, no corras tanto que te harás daño! Le
decía entre carcajadas.
Pero llegó un día en que la tortuga, cansada de las
constantes burlas de la liebre, tuvo una idea:
-Liebre -le dijo- ¿corremos una carrera? Apuesto a que puedo
ganarte.
-¿Tú ganarme a mí?- le respondió la liebre asombrada y
divertida.
-Sí, como lo oyes. Vamos a hacer una apuesta y veremos quién
gana- dijo la liebre.
La liebre, presumida, aceptó la apuesta sin dudarlo. Estaba
segura de que le ganaría sin ni siquiera esforzarse a esa tortuga lenta como un
caracol.
Llegó el día pactado, y todos los animales del bosque se
reunieron para ver la carrera. El sabio búho fue el encargado de dar la señal
de partida, y enseguida la liebre salió corriendo dejando muy atrás a la
tortuga, envuelta en una nube de polvo. Pero sin importarle la enorme ventaja
que la liebre le había sacado en pocos segundos, la tortuga se puso en marcha y
pasito a pasito, a su ritmo, fue recorriendo el camino trazado.
Mientras tanto la liebre, muy confiada en sí misma y tan
presumida como siempre, pensó que con toda la ventaja que había sacado podía
tranquilamente echarse a descansar un ratito. Se detuvo debajo de un árbol y se
recostó a su sombra, y allí se quedó dormida. La tortuga, lentamente pero sin
descanso, siguió caminando paso tras paso.
No se sabe cuánto tiempo durmió la liebre, pero cuando se
despertó, casi se queda muda de la sorpresa al ver que la tortuga la había
pasado y se encontraba a pocos pasos de la meta. La liebre se levantó de un
salto y salió corriendo lo más rápido que pudo, pero era tarde: ¡la tortuga
ganó la carrera!.
Ese día la liebre aprendió una importante lección: jamás hay
que burlarse de los demás ni creer que somos mejores solo porque hacemos muy
bien algo. Y también aprendió que la vanidad nos conduce a dar por seguros
éxitos que todavía no hemos alcanzado.
La moraleja
La moraleja de la liebre y la tortuga es muy clara, la
vanidad y el exceso de confianza son malas consejeras, porque nos impiden ver
que para alcanzar cualquier objetivo siempre hay que empeñarse. Y además esta
fábula nos enseña que todos somos capaces de hacer grandes cosas, que no
tenemos que juzgar a los demás por las apariencias y que todos merecemos el
mismo respeto.
Dibujo para colorear
Imagen de dibujos.net
Propuestas para después de la lectura o narración
- Renarrar
la historia
- Dibujos cada parte de la historia
- Ordenar una secuencia temporal con imágenes de la fábula.
- Representar
la fábula con títeres de papel o cartón
- Dramatizar
la fábula.
- Inventar
otro final.